martes, 5 de julio de 2011

Los escritores del destino (5)

Era tan fácil caer en la red de imágenes que se apoderaban de mi mente.
Al escuchar el nombre de Angélica, era como si volviera a mis continuas noches solitarias, paseando y rememorando, intentando acordarme de cada conversación, y de cada palabra suya, que mostrara realmente lo que quería y sentía.
Cinco años atrás, en un bar que ahora no consigo recordar el nombre, mis amigos y yo habíamos ido a tomarnos unas cervezas. Uno de ellos, vino acompañado de dos chicas: una morena de pelo largo, y de ojos verdes por los que todos empezaron a suspirar y otra un poco mas alta, de pelo negro corto, ojos también negros, y labios casi morados.
Y no, no es que hiciera frío, (estábamos en Mayo), sino que, como me explicaría mas adelante, ese color era la herencia que le había dejado su madre. Y era algo de lo que estaba realmente orgullosa.
Su magnetismo era irresistible, realmente no sé como los demás no se dieron cuenta. Cada gesto que hacía, cada movimiento , cada mirada... Solo habían pasado diez minutos desde que me la presentaron y ya tenía la necesidad de saber y conocer más acerca de ella.

Mi cerebro pasó de esa primera vez que la conocí, al momento en el que nos citamos a solas. Fue al mes siguiente, en pleno Junio. Fuimos a la playa. Era un día perfecto: el sol brillaba con intensidad sin aportar al clima nada de asfixiante. El cielo, azul celeste sin ninguna nube que pudiera fastidiar aquella imagen. Y el mar. El mar era todo quietud, reflejando la bóveda celeste. Era realmente la segunda cosa mas bella que había visto.La primera estaba sentada a mi lado.Se mantenía con las piernas flexionadas al estilo mariposa, es decir, las rodillas hacia fuera, mientras las plantas de los pies quedaban unidas. Su cabeza levantada al cielo, y los ojos cerrados.


-Mmm, me encanta- Dijo
- ¿el qué?- Le pregunté .
- El verano, el sol, el calor, la luz... todo es tan perfecto. Con días como este sientes que estás en paz contigo mismo y con el resto de las personas.
Había dejado de mirar al cielo, ahora me miraba a mí. Esos ojos negros...

- ¿No crees ?- Me preguntó.

En ese momento supe que estaba enamorado.
Lo mejor de todo es que ella me correspondía, aunque siempre sin darse cuenta de todo el poder que ejercía sobre mí, el magnetismo imperioso.
Hace un año que nos casamos. Pero un día, hará ya tres meses, ella desapareció.
La busqué incansablemente, la policía barajó todas las opciones, pero realmente era como si la tierra se la hubiese tragado. Nadie la había visto, nadie la conocía.
Volví en mí, no habían pasado segundos desde que el anciano había dejado caer aquellas palabras.

- Digame, ¿qué tengo que hacer ?.

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