lunes, 20 de junio de 2011

Los escritores del destino (3)

La insistencia del anciano continuaba inquebrantable mientras a mi me surgían las dudas en el umbral de la puerta. De repente, aquella idea, la de entrar en casa de un desconocido, en un sitio en donde no había estado nunca, no me pareció tan buena a pesar del cansancio, mi sed y mis repentinas ganas de comer.
Pero debió de perder la paciencia, porque,de un pequeño empujón, me llevó hasta dentro sin que yo pudiera protestar.
Y me ví sentado en una silla de lo que parecía el salón. Digo parecía, porque la casa sólo tenía una estancia.
Y aunque por fuera se tuviera la impresión de que la casa era minúscula , lo cierto es que la habitación era bastante grande. Las tres paredes restantes a la de la puerta, las cubrían estanterías y estanterías de libros, que ocupaban toda la pared de arriba a abajo, sin dar oportunidad a que algún rayo de luz se colara por ellas.
Delante de las estanterías que se encontraban frente a la entrada, había un atril de cristal que transparentaba hojas y hojas de lo que parecía papiro, con una pluma y su tintero encima de ellas.
Un butacón color rojo daba el único toque de color de la estancia, y se situaba frente a las estanterías de la pared izquierda, mirando hacia el este.
La única luz que entraba provenía de una ventana situada al lado de la puerta. Una ventana cuadrada, que se cerraba con un solo fechillo.
No se como, y teniendo tan pocos muebles como tenía, el anciano me consiguió la silla en la que me senté. La había colocado enfrente de su butaca. Con lo que el atril quedaba a mi derecha, a unos pocos centímetros y,a poca distancia de mi curiosidad.
El anciano se sentó en su butaca muy despacio, y cuando por fin lo logró, comenzó su inspección.
Me obseró durante unos minutos, viendo como mis nervios aumentaban, viendo como yo lanzaba miradas furtivas al atril.
Sentí que debía romper el hielo, si él no hablaba lo tendría que hacer yo para salir de todas las dudas que se me habían ido formando desde que llegué a aquel lugar. Abrí la boca para hablar, pero él finalmente se me adelantó:
- ¿Quien eres ?
- Soy Cristian. Y necesito ayuda. Me he perdido, y no sé donde estoy. ¿Me podría indicar el camino hacia la ciudad?.
- ¿Cómo has llegado a perderte, Cristian ? ¿Cómo has llegado hasta aquí?.

Su voz era lenta y pausada, como si pensara cada palabra con detenimiento antes de pronunciarla. Parecía que no tenía prisa, pero yo sí.

- No lo sé. Yo estaba caminando por la ciudad cuando de repente vi a una niña y la seguí. Luego al tocarla me encontré en este sitio. ¿Dónde estoy?.

- Tranquilo, tranquilo, muchacho, uno no recibe todos los días visita de alguien extranjero. Dejame que haga yo las preguntas, y luego yo contestaré a las tuyas. ¿Cómo era esa niña?.

Le relate de nuevo todo lo que recordaba de aquel encuentro. Y cuando acabé, me sonrió.

-Cristian, eres la persona que había estado esperando durante mucho tiempo.Siento haberte hecho tantas preguntas, siento haber sido tan desconfiado, pero ahora se que eres tú. Oh, perdona, no me he presentado aún, me llamo Virgilio, como el escritor romano.

Me estrechó la mano alegremente, como si aquello fuera una visita de cortesía entre dos viejos amigos.

- Señor Virgilio- Dije, sin salir de mi sorpresa-No entiendo nada. No sé que ha pasado, no se dónde estoy, creo que se ha equivocado de persona, no creo que sea yo quien esté esperando.

-Si, lo eres. Eres la persona que me va a ayudar.

-No, no hasta que me diga quien es usted, dónde estoy, y cómo he llegado hasta aquí.

Su semblante se volvió serio de nuevo. No había rastro de la sonrisa ni de la dicha que antes parecía sentir.

- Cristian, yo soy escritor, este lugar, forma parte de un país que está muy lejos de tu ciudad. Es el país de los escritores.

Volví la vista hacia el atril. La primera parte de la oración era evidente, pero la segunda me hacía dudar de la cordura de aquel hombre. ¿Un país entero de escritores?.
Como si hubiera visto la incredulidad en mi cara, Virgilio prosiguió:

-Sí, un país de escritores, de escritores de destinos.

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