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domingo, 18 de septiembre de 2011

Mi cielo

Las dos jovenes hermanas estaban sentadas en sus respectivos columpios. Unos columpios con mucha rumbre y bastante oxidados por el paso del tiempo y del uso que se les había dado.
Desde que eran niñas habían ido todos los sabados por la tarde a ese parquecito en medio de la ciudad, donde, aparte de esos columpios, habian otros artilugios para entretener a los críos: casitas de madera, balancines con distintas formas de animales...
No iban a perder la costumbre. Ya habia empezado a oscurecer y las madres habian empezado a irse con los niños, a pesar de la negativa de estos.
Sólo quedaban ellas dos.
La mas pequeña, , habló por primera vez en toda la tarde :

- Oye, ¿piensas en la muerte alguna vez?- Preguntó.

- Sí, como todo el mundo . ¿Por qué?

- No sé, me ha venido ahora a la mente...

- A ver, dime, ¿en qué piensas?.

- Bueno...- empezó dubitativa- es algo que me ha obsesionado ultimamente, ¿adonde iremos? ¿seremos conscientes de ello?¿o veremos solo la oscuridad, la nada durante toda la eternidad?.

-Eso no lo podemos saber ahora cariño.


Tras decir esto, se arrepintió de ser tan franca con su hermana pequeña, se veía realmente que estaba preocupada por ese tema, así que se le ocurrió algo que podría anirmarla y hacerle olvidar lo triste de aquello.

- No lo podemos saber, pero podemos imaginárnoslo.

- ¿El qué?

- Como será. No me refiero a morir, el dolor o algo así, me refiero a cómo será después. Yo creo que tras morir nos encontraremos en una casa confortable, al lado del mar mas apacible que nunca ha existido. No habría invierno, la temperatura sería ideal: ni frio, ni calor. Todos los días sería domingo por la mañana. El olor a sal nos inundaria , y también rozaría nuestras pieles, dejándonosla casi blanca.¡ Una sensación tan agradable.!

- Pues mi cielo tendría olor a sandwich mixto- dijo entusiasmandose la menor- pero no de esos sandwiches dificiles de digerir, sino esos que están perfectamente hechos, con su tiempo e ingredientes justos.
También serían todos los días domingo por la mañana, para poder permanecer en la cama algo mas de tiempo, y que luego nos sacara ese olor y el de zumo de naranja recien exprimido.
Estariamos siempre en pijama, ¡que comodo sería!.

- Sí sí, sí, y que hayan golosinas,¡ muchas golosinas ! .

- Y que podamos ir por la calle descalzas, o con calcetines.

-¡ Nos dedicariamos a leer todos los libros del mundo! ¡Y ver todas las películas que nos gusten!.

- Jugar al baloncesto o nadar sin que se nos arrugen los dedos...

-Poder correr libremente.

- O cantar y bailar libremente.

-Sí, sería maravilloso, aunque en verdad lo único que pido es una cosa.

- ¿El qué? .

- Poder estar contigo.

-Eso no lo dudes.

Y las dos hermanas volvieron a casa, sin saber como sería eso de la muerte, pero con la certeza de que siempre estarían juntas.

-

miércoles, 27 de julio de 2011

Otra de mis tantas improvisaciones.

Hoy, he vuelto a visitar a mi abuelo. Sigue en cama, el médico le dijo a mis padres en su última visita que puede irse al otro mundo en cualquier momento. Que todos estuvieramos preparados, porque sin previo aviso, lo haría.
Yo, sabiendo esto, quise recuperar todo el tiempo perdido. El tiempo en el que iba a su casa, pero no le escuchaba, la visita era casi obligada. El tiempo en el que no le dí ningun abrazo ni ninguna caricia.
Simplemente, me sentaba en el recibidor, viendo la tele, esperando a que mis padres tuvieran ganas de irse, para poder marcharme con ellos.
Así pues, cuando salía del trabajo, me dirigía a su casa para permanecer allí una hora. Una hora para poder hablar con él de todo, para que me aconsejara, y para hablar, como no, del pasado.
Hoy, en mi visita rutinaria, he visto la foto de mi abuela en su cómoda. ¡Era tan guapa!.
Mi abuelo había seguido mi mirada, también se quedó contemplando la foto durante algunos segundos.
Le pregunté si todavía la quería. Él no me contestó.Sólo sonrió amargamente mientras las lágrimas recorrieron su anciano rostro.
No dejé de pensar en ello después de salir de allí. Y al recordar a mi abuela,volví a sus últimos años de vida.
Había tenido un ictus cerebral, la parte derecha de su cuerpo se había quedado paralizada. Su boca se había torcido, por lo que siempre un hilillo de baba le caía ligeramente por su ropa.
Ya casi no tenía equilibrio al caminar. Así que, muchas veces caía, aumentando su frustración y su depresión.
No solo tenía que lidiar con esto, sino también debía luchar contra la incontinencia urinaria y la afasia en su lenguaje.
A pesar de todo esto, mi abuelo estuvo con ella siempre. No la dejó ni un minuto.
Su día a día era, levantarla con dificultad de la cama, con las pocas fuerzas que tenía, lavarla, vestirla, darle de desayunar, ayudarla a sentarse en el jardín, bañarla y ponerle la ropa limpia cuando se orinaba (que era a menudo). También la levantaba cuando caía.
Un día que me quede en su casa comprobé lo impresionante que era todo aquello. Impresionante porque fue impactante: mi abuela en el jardín, mi abuelo unos segundos en la cocina. Ella quiso levantarse, se orinaba, y no deseaba ponerse aquellos pañales para adultos. Era muy cabezota.
Dio dos pasos, dos unicos pasos tras levantarse de la silla, y la vi como caía sin poder hacer yo nada. Su cuerpo hacia delante, el sonido del impacto, su cara en el suelo, y el líquido amarillo que ya bajaba por sus piernas y ya había mojado su traje por completo.
Así estuvo diez años, diez años en los que, cualquier gesto que nos supone normal para el resto de las personas, para ellos era un desafío. Diez largos años.
Murió finalmente, y ahora era mi abuelo quien se estaba muriendo.
Me dí cuenta en seguida. ¿Que sí aun la amaba ? Siempre lo había hecho, y siempre lo haría.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Sin título posible.

Eran las cinco de la tarde de un miércoles cualquiera. Afuera, los coches pitaban furiosos en sus atascos rutinarios. Las voces de las gentes se hacían escuchar y los olores de la ciudad inundaban el edificio.
La Institución de Salud Mental del barrio de San Blas, en Madrid estaba, como cualquier otro día lectivo, lleno.
Lleno de personas con problemas, demasiado graves como para que se los tratara como simples problemas de la vida. No, aquella gente sufría mas que el resto de las personas, y, estaban marcadas para siempre.
No todos estaban, como querían denominarlos la gente que no sabe de psicología o psiquiatría, "locos". Sino que debido a los shocks, a los palos que duramente habían recibido de la vida, se sentían incapaces de seguir sin ayuda.
Una de las personas que contribuían a esta ayuda era la doctora, Adriana López.
Adri, como la llamaban sus compañeros, tenía treinta años. Vívía en la otra punta de la ciudad, sola, con un gato negro de ojos verdes llamado Paco.
Le gustaba cojer el metro para llegar a su lugar de trabajo para desconectar de todo y empezar el día con ganas.
Con el paso del tiempo había sabido controlar sus emociones cada vez que una persona le contaba sus problemas. Pero, aún así, de vez en cuando su día se nublaba al pensar en todo lo que sabía, y a veces, solo a veces, lloraba en la soledad de su casa, con su gato Paco mirandola con esos ojos inexpresivos.
Ese miércoles como otro cualquiera, Adri recibió una de sus pacientes habituales.

- Buenas tardes señor Vázquez. Siéntese. - Le dijo al hombre que apareció por la puerta dos minutos después de que, una niña de apenas quince años confesara que estaba embarazada de su novio de veinticinco. - ¿Cuenteme, como está?.

El señor Vázquez tenía ochenta años, era como cualquier anciano de su edad. Simpático a la par que cascarrabias, algo verde con las mujeres y un gran historiador de su época.
Con respecto a su físico también era como los demás. Era de mediana estatura, su piel arrugada por el transcurso de los años, su cabeza con solo un par de pelos y sus ojos poseían esa tristeza que poseen todos los que han visto pasar su vida como un rayo que se desvanece en mitad de la noche.

-Buenas tardes señorita Adriana. Hoy, la verdad me encuentro alegre, no se porqué,estoy contento. Mi enfermera me ha levantado de la cama y mientras me ayudaba a vestirme me he mirado al espejo y he sonreido.

- Es es una muy buena señal señor Vázquez. ¿ Ve como poco a poco su alegría vuelve? La muerte de un ser querido siempre es doloroso, y lo único que se necesita es tiempo. Tiempo para llorarles, tiempo para echarles de menos y tiempo para superarlo. Y creo que usted ya lo ha superado.

Hacía un año que la mujer del anciano había muerto, y él, incapaz de seguir con su vida se habia intentado suicidar.
Cuando los médicos le llevaron al hospital de salud mental, le diagnosticaron una depresión muy fuerte: no comía, no quería salir de la casa, sentía miedo de todo y se asfixiaba con frecuencia.
Pero, le asignaron el caso a Adriana, y poco a poco había salido de aquello, e incluso, como aquel día, había sonreído por primera vez en un año.

- Señor Vázquez..
- Manuel, por favor, llameme Manuel señorita Adriana.
- Manuel... creo que está listo para marcharse. Para darle el alta. No sólo es la actitud de hoy, es su comportamiento de este par de meses atrás. Enhorabuena, no creo que necesite más mi ayuda.
- ¿De veras?
- Sí.
- Está bien, de acuerdo, me voy.- El anciano se levantó de la silla con esfuerzo, se acercó hasta la puerta y volvió la mirada hacia atrás. Ella estaba inmersa en sus papeles, esperando a que él la abriera para despedirse. Sin embargo, él no la abrió, sino la cerró, trancó por dentro y se dirijió a la doctora .
- Antes de irme, me gustaría contarle otra anécdota de mi vida.
- Esta bien señor Manuel, aunque no hacía falta que cerrara usted la puerta por dentro. Sabe que hay confidencialidad.
-No quiero que me interrumpan.
-No lo harán.
- Seguramente lo intentarán. Es un relato algo largo, ¿sabe usted?.
-Está bien, adelante.
-Cuando tenía cinco años, se vino a vivir con mi familia, una tía mia de Sevilla. Y, desde el primer momento en que la ví, me fascinó. Su forma de hablar, su forma de gesticular, sus ropas...
Resulta que era gitana.Pero en secreto. En aquella época todo aquello era sólo una minoría, un susurro en medio de un vendabal.
Por eso, un día, la descubrí leyendo una cartas muy extrañas. Me acerqué a ella. No la noté sorprendida. Según ella, estaba esperando el momento en que mi curiosidad pudiera conmigo para hablarme.
Así que, me leyó las cartas.
- Entiendo, usted creyó en las supersticiones de su tía..
-Cállese y déjeme seguir...
- Vale, vale..
- Como le decía, me leyó la cartas. ¿Y sabe lo que me dijo ? Exactamente estas palabras " En tu vida ocurrirá algo que te marcará para siempre y de lo que nunca podrás volver a atrás. Morirás joven, ese es tu sino... "
- Está claro que se equivocaba...
- ¿Sabe lo que es esperar a que te ocurra algo malo? Aguantar los días y las noches pensando en que tu muerte pronto se acerca ? Lo más gracioso es que nunca enfermé despues de aquello. Jamás tuve un accidente de coche y mi vida nunca corrió riesgos.
- Bueno, ha tenido una vida tranquila, mucha gente vive sin que le ocurra nada extraordinario...
-¡NO!, ¡No lo entiende ! No sabe todo lo que he sufrido. No tenía aspiraciones, ni sueños, mis esperanzas se esfumaron cuando mi tía me dijo aquello. ¡Joder, era mi tía ! ¿Como me iba a mentir ?
-De acuerdo, por culpa de su tía no tuvo aspiracionees en la vida. Eso le ha marcado. ¿Eso es todo ?
Un largo silencio se produce. Él la mira, dolorido, porque había pensado que aquella mujer le entendería, y le había decepcionado.
Adriana nota su decepción e intenta remediarlo.
- Por favor, siga. ¿Después de aquello que hizo ?
- Seguía cumpliendo años, pensando en el momento en el que tendría fin mi vida. Pero ese momento no llegaba, y por eso me atormentaba el vivir.
Y entonces, llegó la Guerra Civil. Un golpe del destino. Algo que tendría que cambiar mi vida para siempre.¡ Esa guerra era lo que yo buscaba. !Otros veían en ella la pérdida de sus seres queridos, el abandono de los maridos, la ausencia de los padres. Yo veía en ella mi liberación.
Tenía dieciocho años. Y cuando me presenté voluntario...
Se paró en seco recordando. Una lágrima cayó por sus ojos tristes. Adriana le sirvió un vaso de agua, ensimismada en aquel relato que no sabría como acabaría.
- ¡NO ME COGIERON! - Gritó Manuel.- Decían que era muy bajo, que no servía. ¿Sabe qué humillación fue eso ? Me sentí tan maldecido en aquel momento. ¡Yo tenía que morir! ¡Y no pasaba nada ! ¿Como era eso posible? No me lo explicaba.
Hasta que, el hecho que cambiaría mi vida llegó. Corría ya el año 39, y la guerra ya había llegado a Madrid. Mi casa siempre estaba abierta para todo aquel que quisiera sentarse y tomarse un vaso de vino o comer un mendrugo de pan.
Era ya de madrugada. Mi familia dormía, yo había bajado a la cocina a por un vaso de agua. Me encontré con un soldado. No se de que bando era, pero sabía que podía matarme.
Me acerqué a él. Pero ni se inmutó, me miró, dijo que era sólo un crío, que se iría en unos minutos y me dió la espalda. ¿Porqué tenía que pasarme todo eso a mí ? ¿Porqué no me mataba?
Cojí un cuchillo, amenazandole, pero él no cogió su arma. Decía que no tenía narices para hacer aquello. Así que, se lo clavé. Cuatro puñaladas le dí, y aún así ni se defendió.

Esta vez, paró para ver la reacción de la médica, quien estaba horrorizada oyendo todo aquello. ¿Qué persona sensata querría estar siempre en las garras de la muerte ?.

- El cuerpo lo enterré cerca de mi casa, poco antes de que saliera el sol. Luego limpie todo, me lave las manos, me fui a mi habitación y espere a que mi madre me llamara para desayunar. Aquello nunca ocurrió.
- Osea que, ¿nunca se supo?¿los familiares del soldado nunca reclamaron ?
- Estabamos en guerra, era normal que los soldados murieran, uno mas o uno menos, ¿qué importaba?
- ¿Y ha estado todo este tiempo viviendo con ello?
-No exactamente. Como comprenderá, no me fue del todo agradable, así que, ya que no moría, por nada, me quise matar. Pero ya ve usted, no tuve el suficiente valor, así que hace un año, le pedí a mi mujer que me matara, sólo tenía que cojer algo de veneno e introducirlo en la comida. Yo lo haría encantado. Pero se negó. Así que, fui yo quien le introduje el veneno en su comida, el sufieciente para que pareciera un ataque al corazón. No habría ningun rastro.
- Pero ahora yo lo sé, se los dos asesinatos. Puedo delatarle a la policía.
- ¿Usted? Mire, no tiene pruebas de nada, no puede culparme por nada. Jamás y nunca grabó mis sesiones, no es una médica que tome muchas notas, solo las esenciales. Así que esto nunca ha ocurrido. Porque ¿a quién van a creer, a un pobre anciano? ¿o a una mujer que vive sola con su gato ?. Así que, me despido, seguiré su consejo y esperaré. El tiempo es lo único que parece que tengo. Buenas tardes.