sábado, 11 de junio de 2011

Los escritores del destino (2)

Seguían rondandome estas preguntas en mi cabeza cuando llegué a la conclusión de que aquello no era posible.

Barajé dos opciones : o estaba loco, o esa noche me había quedado en casa, olvidandome de mis ganas de caminar y de pensar en ella, dejandome dormir en mi cómodo sofá.

La primera opción parecería razonable, pero como racionalicé el hecho de que me hubiera abandonado la cordura, eso significaba que no estaba loco.

Lo segundo me parecía la opción mas lógica , así que me dispuse a hacer lo que cualquier persona haría en un sueño: dejarse llevar.

Comencé a caminar, por puro instinto, como lo había hecho en otras noches pasadas.Miré hacia el horizonte, pero éste solo me ofrecía montañas y montañas a lo lejos.Ante mí, solo alfombras verdes que se extendían muchos kilómetros. Y a mi derecha, un río ofrecía lo único azul de todo el paisaje.

Pero, di dos pasos, y finalmente me convencí de que aquello no era un sueño,: tropecé, y caí de bruces, mi cara tocó el suelo con la barbilla,dejándome una herida, que me dejaría marca para siempre.

Había tropezado con unos zapatos pequeños, negros de charol. Los zapatos de la niña.

Me incorporé y seguí caminando teniendo como referencia el río. No sabía donde estaba, ni como había llegado allí, ni mucho menos tenía idea de cómo regresar. Lo único que sabía es que no podía quedarme allí esperando.

Anduve durante un par de horas, hasta que mi sed me pidió a gritos que la calmase.Me acerqué al río, y mientras bebía, el reflejo de un hombre de veinticinco años, moreno, con perilla y nariz aguileña me observaba con esos ojos negros. El cansancio había hecho mella en mi cara: las ojeras habían empezado a aparecer, y por minutos, mi tez se volvía blanca.

Sin embargo, no quería pararme, no en medio de la nada. Supuse, -y eso es lo que me empujaba a continuar-, que la niña estaría igual de perdida que yo, y no estaría muy lejos.

Proseguí mi camino unas cuantas horas más. Y en todo ese tiempo, el sol no dejó de iluminar ferozmente ¿No debería de haber anochecido?.

Aparté mis dudas en ese momento.Había encontrado una casa que asomaba por una ladera. Una única casa pequeña, de paredes blancas , puerta de madera y tejado de tejas rojas. Un pequeño caminito había sido labrado desde la puerta hasta mitad de la ladera.

Subí por ella, siguiendo ese camino, y toqué la puerta, con la esperanza de que la persona que viviera dentro me ayudara gentilmente.

Al tercer golpe, la puerta se abrió, tras ella se encontraba un señor muy anciano, bajito, encorvado y con tan sólo pelo en la nuca, que me miraba con unos ojos verdes hundidos.No pronunció palabra y al verme simplemente, me invitó a entrar con un solo gesto.



2 comentarios:

Óscar dijo...

Nena, como creas tensión!!Esperando estoy el siguiente fascículo xD
Está chulo :)

*¡Laura!* dijo...

Por supuesto, ésto continua... !